Todas nuestras acciones tienen una motivación, aunque a veces hay que hurgar un poco en el subconsciente para darles sentido. A estas alturas ya se ha escrito largo y tendido sobre la necesidad de subrayar y difundir públicamente todos nuestros actos por mundanos que sean, así que dar vueltas sobre el problema de la sobreexposición digital de nuestra vida privada a través de Internet huele ya un poco a naftalina. Lo que no está tan digerido, principalmente por las connotaciones trascendentales que conlleva su entendimiento, es que esas stories dándolo todo en festivales de música, esos tuits con ágiles retruécanos a partir del meme de moda y esos monumentales artículos didácticos en blogs personales (ejem) tienen una raíz común: la necesidad de sentirse siempre presentes en un mundo cambiante donde la insatisfacción por los sinsabores de la vida no deja mucho margen para cultivar nuestro yo interior a fuego lento sin necesidad de demostrar nada, que es como las cosas salen bien.

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