A lo largo de los últimos años, los entusiastas de la retro-informática se las han apañado para poder revisitar en máquinas modernas el software que mamaron en su juventud. En el caso de los videojuegos clásicos para PC, proyectos como DOSBox nos han resuelto en parte la papeleta al permitir emular la mayoría de títulos que corrían sobre MS-DOS, mientras que otras iniciativas comerciales como GOG van un pasito más allá removiendo cielo y tierra para encontrar el código fuente de ciertos títulos en su camino por hacerlos funcionales en máquinas modernas por diversas vías. Aún así, hay un pequeño vacío que poco a poco va llenándose y que, para mucha gente, forma parte de sus raíces como videojugador.
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El fetichismo tecnológico fruto de una afinidad al amparo de la nostalgia está intratable en estos tiempos. Las ventas de discos de vinilo superaron recientemente a las del CD, el coleccionismo de videojuegos retro tiene más adeptos que nunca porque el pre-milenial está llegando a la crisis de los 40 y, en general, el hardware en desuso adquiere valor por el mero hecho de escasear en un mundo donde los bienes materiales son el opio con el que curamos los sinsabores de la vida. ¿Tiene sentido entonces a estas alturas de la película guardar en el trastero cuatro teles culonas?
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