El fetichismo tecnológico fruto de una afinidad al amparo de la nostalgia está intratable en estos tiempos. Las ventas de discos de vinilo superaron recientemente a las del CD, el coleccionismo de videojuegos retro tiene más adeptos que nunca porque el pre-milenial está llegando a la crisis de los 40 y, en general, el hardware en desuso adquiere valor por el mero hecho de escasear en un mundo donde los bienes materiales son el opio con el que curamos los sinsabores de la vida. ¿Tiene sentido entonces a estas alturas de la película guardar en el trastero cuatro teles culonas?

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