Creatividad, videojuegos y preservación del software

Herramientas contra el dolor

Cecil B. Demille decía por ahí que una película debe empezar con un terremoto y a partir de ahí ir subiendo, así que vayamos a tope con esto: padezco faringitis crónica hipertrófica fruto de la colonización descontrolada de una tenaz bacteria en mi organismo. Una afección que, entre otras cosas, no me permite mantener una conversación activa de cierta duración sin que pase los días posteriores con un incapacitante dolor de garganta. Estas rachas suele venir acompañadas de una sintomatología parecida a la de un proceso gripal en donde no faltan dolores de cabeza, una astenia de las de no poder levantarte y traicioneras molestias musculares. Una mala tarde la tiene cualquiera, pero sufrir este cóctel de forma reiterada durante no ya meses, sino años, puede dejar huella a un nivel más profundo que el físico si no se toman las medidas mentales adecuadas.

Que nadie se alarme; no he venido aquí a compartir problemas, sino a ofrecer soluciones, o al menos, remiendos para hacer más llevadero el camino que mucha gente recorre en silencio cuando sufre una enfermedad a largo plazo que acaba haciendo mella en el ánimo, el carácter y las perspectivas de vida. Y desde luego, no es mal momento para hacerlo en unos tiempos donde los sistemas sanitarios están pidiendo el tiempo de descuento por culpa de una pandemia mundial. En mi caso, mis ayudantes han sido tres conceptos que -de forma para nada casual- son los que subtitulan a este pequeño blog que monté hace unos meses sin más aspiraciones que compartir experiencias y conocimientos por puro placer. Vamos allá.

Proyectos: siéntete útil

Quienes me sigan por redes sociales conocerán el proyecto en el que me embarqué hace ya unos años al restaurar una vieja máquina recreativa, pero no el trasfondo de aquella iniciativa. Allá por junio de 2018, el otorrino que trataba mis cada vez más graves problemas de garganta recomendó que me extirparan las amígdalas por encadenar consecutivos cuadros infecciosos, los cuales habían dejado mi sistema inmunitario sacando la bandera blanca por muchos tratamientos a los que me sometiese. En los días previos a la operación, y fruto de una figurada y literal idea febril, encontré un anuncio de alguien que vendía una viejo cabinet arcade semidesguazado no muy lejos de casa y me tiré a la piscina. Después casi tres años en los que había pasado más tiempo enfermo que sano, uno tiene que buscar motivación debajo de las piedras. Así que un veraniego domingo a las 9 de la noche, con 40 de fiebre en el cuerpo serrano y tan solo a un par de días de realizarme una amigdalectomía, acabé arrastrando por la calle un viejo mueble VideoSonic durante varias horas ayudado por unas enclenques ruedas de Ikea que atornillé a la base de la estructura. Y saqué fuerzas de donde no había para conseguirlo.

Aquel día ya empecé a darme cuenta de que todo esto va de tener motivación. Estar semi ausente durante buena parte de los primeros años de vida de mi hijo es solo la punta del iceberg del demoledor golpe anímico que supone un padecimiento prolongado en el tiempo para cualquier persona, sobre todo cuando la interacción social queda disminuida a su mínima expresión y todas tus relaciones personales se ven terriblemente afectadas. Con este panorama no me quedaba más remedio que aferrarme a mi -por suerte rico- mundo interior si no quería volverme tarumba por martirizarme con la idea de estar ‘desperdiciando’ años de mi vida. Esas comillas, por suerte, apuntan a que he sabido mantener a raya ese intrusivo sentimiento de culpa.

Durante los días posteriores a la operación intenté darle sentido a mi día a día conectando de algún modo mi ansiada recuperación en la consecución del Proyecto VideoSonic™, o al menos así fue como titulé el esquema en el corcho de mi despacho donde planifiqué todo lo que tenía que hacer para convertir el amasijo de restos que compré por cuatro duros en la recreativa multipropósito que tengo asociada a mi niñez. El caso es que buena parte del tiempo que estuve de baja pasó entre Nolotiles y cableados JAMMA, o al menos solo las horas en las que tenía fuerzas para salir de la cama. «Si consigo que funcione este cacharro, me habré recuperado» era el nuevo «si encesto este papel en la papelera aprobaré mañana el examen», pero por desgracia suspendí, o al menos vi postergada la recuperación de forma indefinida hasta el día de hoy.

La creatividad fomenta una serie de procesos cognitivos que enlazan las diferentes redes neuronales que conforman nuestro cerebro, generando vasos comunicantes entre pensamientos que no están relacionados entre sí, al menos en apariencia. Cuando se te seca el cerebro por intentar racionalizar los motivos por los que sufres un problema de salud que no puedes solucionar, hay que tirar de la inventiva. A varios niveles, de hecho. En mi caso, potenciar mi pasión por la elaboración y consecución de pequeños proyectos personales es lo que me ha mantenido a flote durante todos estos años. Bueno, eso y la paciencia y soporte de mi pareja, pero para esto último habría que desarrollar no pocos temas aún más delicados que en principio no son el objeto de esta cháchara.

Sobre la marcha aprendí a cantear madera, calibrar monitores CRT, cambiar el firmware de tarjetas gráficas, doblar metacrilato y entender los pormenores de las frecuencia de escaneo en videojuegos arcade. También descubrí que el abuso de medicamentos puede dejarte fastidiado el estómago de forma irreparable y que, aunque no tengas anginas, puedes seguir teniendo infecciones de caballo. Pero sobre todo entendí que la mejor forma de recuperar el control cuando te sientes perdido es sintiéndote útil trabajando en cualquier banalidad como, qué te digo yo, donar una Mega Drive restaurada a la beneficencia o coger 3kg de aceitunas del campo y prepararlas en salmuera.

Da igual la naturaleza de tu pasión: cualquier actividad resolutiva por trivial que sea merece la pena si con ello consigues sentir una sensación de progresión que aligere la carga de otros problemas que, por desgracia, no puedes superar activamente. Sentirse útil, sentirse capaz, sentirse, al fin y al cabo, cuando el sentimiento está entretenido con otros asuntos.

Videojuegos: ten el control

Determinadas dinámicas asociadas a los videojuegos generan adicción, de eso no hay duda, pero siempre ha existido una razón subyacente mucho más poderosa que cualquier lootbox, ruleta o micropago que nos haga liberar serotonina: jugar provoca una sensación de control. Da igual que el mundo esté patas arriba fruto de una pandemia mundial, da igual que la emancipación a edades tempranas sea una utopía, da igual que la precariedad laboral impida que nadie pueda hacer planes más allá de la comida que va a pedir por Just Eat el viernes. Mientras jugamos, somos dueños de nuestro destino.

Ya sea Lordran, Hyrule o la costa de la espada, en un mundo virtual tenemos el control, y nuestro futuro no lo dictamina una sociedad cuya causalidad es incomprensible a estas alturas de la película. Todos esos post-adolescentes encerrados en su habitación cuyos rostros están iluminados por las lucecitas de sus periféricos RGB no están enganchados porque su consola sea como el Codere y el Sportium de su barrio; dedican horas a esa actividad porque es una forma cómoda y barata de abstraerse de su hiriente realidad. Nadie te hace daño, y si lo hace, solo tienes que darle al botón para reiniciar desde el último punto de guardado.

Cuando sufres una enfermedad, y por mucho que la positividad y la calma te refuercen al afrontarla, no siempre tienes sensación de control. Te duele algo, pero la ayuda profesional no ofrece soluciones, así que ante la imposibilidad de controlar tu padecimiento le das vueltas a la cabeza hasta llegar a conclusiones descabelladas que producen un efecto negativo. De pronto, un día te aborda un terrible sentimiento de culpa porque al final tú eres quien mejor te conoces, y a alguien habrá que cargarle el muerto de tus pesares, claro. Y como no puedes controlar lo que te pasa, entras en un bucle donde el propio padecimiento se mezcla con las películas que te montas ante la ausencia de respuestas. Llegados a este punto y con los ánimos por los suelos, ¿a quién no le va a gustar un videojuego romano del siglo primero?

No es que lo diga yo: diversos estudios avalan las propiedades de los videojuegos a la hora de combatir y prevenir síntomas asociados a la ansiedad y la depresión en adolescentes, pero es extensible a otras franjas del espectro de jugadores. Sin ir más lejos, nadie se esperaba los 35 millones de copias que ha vendido Animal Crossing: New Leaf, sobre todo teniendo en cuenta que buena parte de su público han sido personas adultas que necesitaban un revulsivo en pleno auge de la COVID-19. Con unas perspectivas de futuro tan negras, nada mejor que un poco de capitalismo e inversión con animales antropomórficos para olvidarse de los problemas del mundo, ya sean estos económicos o de salud.

Preservación: recuerda quien eres

Vale, aquí hay truco, pero la raíz es la misma. Preservar el pasado no es solo una práctica propia de videojugadores con síndrome de Peter Pan y una incipiente alopecia, sino una forma de afianzar lo que nos define como individuos únicos. Rememoramos los artefactos culturales que nos han formado como personas porque, al fin y al cabo, son el sustrato sobre el que nos erigimos como personas adultas. Cualquier pasado no nos parece mejor, pero es nuestro y nos ata a nuestras propias convicciones. Y esto, en aquellos momentos en los que tu integridad física o mental se ve cuestionada, es un ancla con la realidad.

Consumir, preservar y poner en valor el ocio de otro tiempo no tiene por qué estar asociado a renegar del presente. Hay que ser muy bobo para renegar del cine, los videojuegos o la música actual por idealizar lo que hemos consumido a lo largo de nuestra vida, sobre todo porque te pierdes una fuente inabarcable de psicoanálisis con la que puedes entender el origen de tus defectos y virtudes. A lo mejor eres así porque en 1997 escuchaste un disco de Celtas Cortos, te compraste el Theme Hospital en PC y viste Horizonte Final en el cine. Es un decir, ya me entendéis. O bueno, quizás no.

La enfermedad te cambia, o mejor dicho, tú cambias para adaptarte a la enfermedad, y esos cambios acaban teniendo consecuencias por muy íntegros que seamos y muy claras que tengamos las cosas. El futuro es incierto, y determinados procesos pueden acabar tornándose permanentes, pero siempre hay que recordar lo que fuimos por si, llegado el momento, podemos volver a ese punto de origen como si los días tan oscuros hubieran sido un mal sueño. Que lo son, porque el cerebro es sabio y olvida lo que duele.

El que suscribe ha intentado matar varios pájaros de un tiro para potenciar el efecto mitigador de esta trifuerza sanadora que expongo: si la creatividad, los videojuegos y la preservación ayudan, restaurar consolas antiguas y poner en valor a los videojuegos de otro tiempo debería ser como descubrir la penicilina para mi psique, y así ha sido en parte. Si no fuera por todo el músculo mental que he desarrollado en todos estos años, posiblemente no estaría aquí exponiendo esta tesis sobre el autocontrol en el abismo tras más de un lustro bregando con mis problemas.

Todos tenemos luchas internas, y aunque puede pecar de oportunista este alegato, debemos velar por nuestra salud tanto física como mental en estos días inciertos en que vivir es un arte. Cualquiera dispone de las herramientas mentales necesarias para luchar contra las adversidades, y aunque el sustento y apoyo de nuestro entorno es el pilar fundamental de toda sanación, debemos vigilar el equilibrio de nuestro interior para afrontar con garantías cualquier cosa que esté por venir, y para eso, no existe mejor chamán que nosotros mismos.

4 comentarios

  1. KiKo

    “¿a quién no le va a gustar un videojuego romano del siglo primero?”, jaja, me has hecho soltar una carcajada.

    Cuídate mucho Raúl. Es necesario buscar una forma de evadirnos de nuestros problemas diarios. Mostrar tus hobbies seguro que ha ayudado también a otros muchos a evadirse (por ejemplo, a mí).

    Encantado de leerte!

  2. rokuso3

    Jolín, ayer tuve un ataque de nostalgia del pixel ilustre (nunca escribía, pero siempre os leía), fui a su twitter, encontré el tuyo, y hoy he terminado aquí… no tenía ni idea de que estabas pasando por todo esto. Increíble texto pero una pena tener que leer esto, claro. Me alegro ver que, dentro de lo malo, has encontrado algo capaz de animarte y motivarte a hacer cosas. Cosas divertidas, entretenidas, y que te motivan, fuera de la obligatoriedad que parece que se impone ahora de que todo tiene que ser *productivo* para tener un valor. ¿Pero qué hay más valioso que un descanso para la mente?

    Mucho ánimo, de verdad.

  3. Pablo

    No sé si te servirá pero yo tengo faringitis crónica y mejoró mucho hace años tomando una cucharada diaria de Aloe Vera en forma de gel durante un mes. Lo tomaba para otra cosa y la garganta mejoró por sorpresa.

    • Raul Rosso

      Muchas gracias por el consejo, Pablo, probaremos con Aloe Vera. Por desgracia he probado tantos tratamientos y remedios que solo me falta recurrir a la santería y los pactos demoniacos.

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